Este año el Festival Internacional de Cine de Toronto enfoco parte de sus proyecciones a la tan presente y trágica realidad de la mano de obra barata y trata de personas, la cual se vio resumida en la pantalla en una esclavitud moderna provocada por la economía global y demanda de las grandes urbes.
En ese mundo de la explotación laboral resaltan dos filmes latinoamericanos que seguro darán mucho de qué hablar este año: ‘7 prisioneiros’ (Brasil), del brasileño-americano Alexandre Moratto y ‘La caja’ (México), del venezolano Lorenzo Vigas.
En ‘7 prisioneiros’, Mateus, un joven de 18 anos, acepta trabajar en un depósito de chatarra en São Paulo con el nuevo jefe Luca para tener la oportunidad de darle a su familia una vida mejor. Sin embargo, acaba entrando en el peligroso mundo de la esclavitud contemporánea con otros chicos, viéndose obligado a decidir entre continuar en esta situación o arriesgar el futuro de su familia.
En ‘La caja’, Hatzin, un joven adolescente de la Ciudad de México, viaja para recoger los restos de su padre, que han sido encontrados en una fosa común en medio de los inmensos cielos y el paisaje vacío del norte de México. Pero un encuentro casual con un hombre que comparte un parecido físico con su padre lo llena de dudas y esperanzas sobre el verdadero paradero de su padre.
Más allá de las crudas realidades de sus protagonistas, los directores nos regalan unas narrativas de moralidad magníficamente elaboradas, cada una a su estilo acorde a los guiones. Historias donde resaltan las complejas decisiones y dinámicas de niño a hombre, y la realidad en la que muchos jóvenes tienen que enfrentarse a decisiones maduras demasiado pronto en la vida; enfoques que tando Vigas y Moratto ya habian relatado con previos largometrajes (Vigas en ‘Desde allá’ y Moratto en su primer largometraje, ‘Sócrates’).
Las películas se adentran respectivamente en la vida de dos jóvenes, quienes parecen encontrar de la mano de unos hombres mayores, ambos parte de ese ecosistema de explotación, una salida a sus posibles destinos atados a las realidades económicas de sus entornos. Sin embargo, vemos en ‘7 prisioneiros’ y ‘La caja’ dos caras de la misma moneda y las decisiones entre lo moral y lo necesario para sobrevivir; mientras uno de los jóvenes parece querer alejarse de ese mundo, el otro lo abraza y está cada vez más destinado a convertirse en sucesor del hombre que lo reclutó.
En ambos filmes los trabajadores están en plantaciones del siglo XXI—fábricas que parecen más cárceles que lugares de trabajo—donde no son obligados a producir productos agrícolas, pero sí piezas claves para la vida moderna, ya sea el cobre que mantiene la ciudad encendida o las demandas de vestimenta.
Son en sí estas películas los retratos en ficciones audiovisuales, que bien podríamos escuchar en documentales, de la corrupción sistémica en la que los más pobres son quienes más tienen que perder y por ende, caen casi obligados en esas redes y trabajos. No es que el pobre sea pobre porque quiere, o que los trabajadores no saben ahorrar; es la realidad de hacia donde son empujados por las realidades de las abismales diferencias económicas en las que vivimos. Realidades que empujan a miles de personas a dejar sus hogares en busca de mejores oportunidades en ciudades y países lejanos a los suyos, tal y como lo experimentan Mateus en ‘7 prisioneiros’ y Hatzin en ‘La caja’.
El gran acierto de ambas películas cae en sus protagonistas, tanto Hatzin Navarrete (‘La caja’) como Christian Malheiros (‘7 prisioneiros’), quien manejan la complejidad de la película como actores de recorrido, más allá de que sean su primer y tercer largometraje respectivamente. Esto teniendo en cuenta que gran parte de ambas películas sigue a sus protagonistas, los cuales deben demostrar con precisión las dificultades y decisiones a las que se enfrentan.
Por otro lado, los coprotagonistas Hernán Mendoza (‘La caja’) y Rodrigo Santoro (‘7 prisioneiros’) demuestran su veteranía en la profesión en la cantidad adecuada, haciendo que los jóvenes actores resalten y asi crear el balance perfecto en sus escenas.
Estas dos películas. con velocidades y técnicas visuales distintas, se parecen tanto que solo las decisiones finales de sus protagonistas muestran dos caras de lo que al final es la misma moneda. Ambas tuvieron su estreno mundial en Venecia antes de recibir reacciones positivas en Toronto.